Revista atrapasueños
Disfluencia en Primera persona
Me llamo José Antonio Guillén y vivo en Las Palmas, España. Tartamudeo desde pequeño. Ahora tengo 39 años y sigo tartamudeando y, pese a que lo sigo trabajando, me ha enseñado muchas cosas. De pequeño, en el colegio, siendo de familia humilde y numerosa, los tratamientos eran escasos y se sabía poco. Gran parte de los niños que tartamudean actualmente, suelen terminar hablando fluido. Pero antes, cuando esa etapa no se superaba no se solía trabajar mucho. Fue a partir de los 19 años cuando empecé a admitirlo y trabajármelo. No se suele hablar abiertamente de la tartamudez. Podríamos responsabilizar a la sociedad, pero la verdad es que el propio tartamudo es quien se niega a admitirlo. Lo vive como el homosexual que no sale del armario. Es obvio que está, pero subconscientemente no se quiere afrontar, no se quiere ver. Se suele pensar que en un futuro remitirá y, de una forma sutil, nos va socavando. En esa autolimitación se hacen cosas como no estudiar, porque quizás las salidas significan trabajar como profesor, donde se usa mucho el habla; o no viaja, porque no se cree capaz de defenderse con el habla fuera de su zona de confort. Así que mucha gente con tartamudez se resigna y se empequeñece. Un tartamudo ya está dando un gran paso cuando decide trabajarse y salir de su armario. Salir del tabú. Por eso a una persona con disfemia le suele molestar que lo llamen por su rasgo más característico: "tartamudo". O nos molesta mucho oírnos en una grabación. Porque el personaje que se ha forjado, evita ver la tartamudez. Y para eso el subconsciente usa multitud de trucos (omisiones, evitar situaciones, sinónimos, etc…). Se suele usar mucho el autoengaño. Cuando uno se ha decidido a dar el paso (me refiero a la tartamudez en adultos), existen multitud de tratamientos. En mi caso, fueron bien los logopedas, pero sólo al principio, donde alcancé cierta fluidez. Llegado a un punto, no evolucioné. Por lo que seguí buscando… Me introduje un poco en el campo de la psicología y ahí empecé a obtener respuestas. Hay gente que se queda ahí, pero yo seguí buscando. Y poco a poco me fue gustando más la búsqueda. Intentando dejar de tartamudear, fui conociéndome cada vez más, de tal forma que al final, la tartamudez fue la excusa para seguir conociéndome y adquiriendo conciencia. Conforme se le iban terminando las herramientas a un terapeuta, probaba otro y así, me fui dirigiendo hacia tratamientos más holísticos, donde adquirí más conocimiento hasta llegar al punto de entender que esto no termina nunca. Podría decir que ir de terapeuta en terapeuta es algo caro, pero en verdad estoy resumiendo un proceso largo que iba afrontando a mi ritmo. Además, hoy día contamos con una herramienta que nos une y nos facilita información casi gratis: Internet. En la teoría he aprendido mucho por medio de podcast y artículos, luego los he llevado a la práctica. Y al final se interioriza todo por medio de la vivencia. Si no hubiera tenido disfemia ciertamente no me hubiera conocido tanto a mí mismo. Actualmente tengo negocio propio y dos trabajadores, aunque quiero dar el paso en unos meses a trabajar como acupuntor y osteópata, y así ayudar a gente con sus problemas.
No quiero contar esto como si fuera el sueño americano, y mi vida fuera perfecta. La tartamudez no es ninguna ventaja… Si me la pudiera quitar ya, me la quitaría, pero mientras sigue conmigo, la mimo y me veo con ella (pero no soy ella) y entiendo que esto es una vivencia que me ha tocado en esta vida. Conocerse a uno mismo no significa que te dejen de pasar adversidades, pero ahora se viven de otra forma. La vida es un constante cambio. La tartamudez me ha enseñado a descubrir cada día más quién soy y me lo sigue enseñando todos los días.